En 1995 escribí una historia que durante muchos años fue mi obra maestra, durante algún tiempo me trajo mucha satisfacción, pero después se convirtió en mi sombra, en una pesadilla. Por más que escribiera lo que fuera, no podía superarme.
Fue mi maldición por diez años más o menos. Un período de escasez creativa y de historias mediocres de superhéroes. Hubo sus excepciones como la que se publicó en un comic que se regaló en alguna Mole. Es más o menos hasta que abrí este blog que el ejercicio constante de escribir ha hecho que supere a mis demonios.
Aún no se si con mis trabajos recientes he superado esta historia. Así que querido lector, espero que la leas con avidez, que trates de recordar como era 1995 y su contexto, que apenas se vislumbraba el fin del mundo y nadie se preocupaba de nada salvo de sus asuntos. Era la mitad de la década, antes del internet.
No olvides dejar tu comentario pertinente. Sin más preambulos aquí esta el tesoro perdido, mi obra maestra.
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EL DESEO
Aquella noche me sentía muy solo. La enorme mansión resultaba fría y solitaria. Tomé el abrigo y decidí dar un paseo por las calles de la ciudad.
Ya en el carro, mi única compañía era el gato. No dejaba de sentir aprecio por él. Desde hace ya mucho tiempo sólo con él he convivido.
Nunca me había interesado realmente que pasaba con el resto dle mundo. De hecho, nunca me había preocupado por interesarme. Siempre he pensado que nadie se ocupa más que de sí mismo.
Parece que soy demasiado egílatra como para soportar a alguien. Mejor sólo que mal acompañado. ¿Para que me sirven los otros? ¿Para decirme qué está bien y qué está mal? O de plano, ¿sólo para estorbarme?
Si se apareciera un genio, le pediría que todos los demás me alabaran o que me obedecieran ciegamente. ¡Quisiera ser un símbolo sexual irresistible! O, ¡qué se yo!
En este mundo sólo sirvo para que los demás justifiquen sus culpas ante otros. Creen que con tratar de ser mis amigos han hecho méritos para ganarse un lugar en el paraíso.
De pronto, ante mí, se apareció un demonio horripilante. Frené el carro de inmediato. Fue curioso, no había nadie en la calle. De hecho, no había calle.
Todo estaba cubierto de una espesa niebla que impedía ver a mi alrededor. Voltée de inmediato para cerciorarme si el demonio seguía allí.
Y allí seguía, mirándome con sus ojillos rasgados, rojos como las llamas del infierno, moviendo sus alas como animal al acecho.
De pronto, como si después de mil años de silencio, habló. Mi cuerpo vibró ante el tono grave de su voz:
"Debo conceder un deseo".
Toda mi vida pasó frente a mis ojos. Imaginé lo que hubiera podido llegar a ser... ¡Tan sólo uno de mis deseos! Y pensar que con uno puedo reparar mil errores. O, ¡puedo obtener el éxito! ¿Cuál o qué pedir? Después de todo, sólo es uno.
Entonces el demonio habló:
"Es algo irregular, pero está bien".
Desapareció. No dejó huella de su existencia. No pude expresar mi deseo. Me sentí decepcionado y también intrigado por sus palabras.
De repente mis manos empezaron a convertirse en garras. Las cosas parecían agrandarse. Mis orejas crecían, me salía un rabo entre las piernas que se transformaban en patas.
Las garras del gato me atraparon. Sus enormes colmillos atravesaron mi cuerpo y entonces comprendí la simpleza de los hechos:
El gato había deseado cazar un ratón.