miércoles, 10 de junio de 2009

Hasta el fin.

En 1995 escribí una historia casi por encargo. En ese entonces en la universidad, tenía de maestro a Livingston Denegre-Vaugh. Un apasionado del erotismo duro y de redacción pintoresca, si acaso el último beatnick mexicano. Yo sabía que con una buena historia lograría ganarme al profesor y fue así como se me ocurrió una historia de ciencia ficción del estilo "10 minutos en el futuro". No es una historia romántica, sino de tragedia y dolor, que refleja la preocupación de una generación al final del siglo 20.

Espero que la disfruten. Sean benevolentes, recuerden que era 1995 y era mi segundo año en la universidad.
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Estábamos en la recámara de mi departamento con las luces apagadas y la tenue luz de la luna iluminaba nuestros cuerpos desnudos. Nos sentamos en la alfombra al pie de la ventana. Nos contemplamos el uno al otro. Obervamos nuestros ojos convertidos en espejos de plata; reflejando la más pura sinceridad de lo que habría de sobrevenir. Nos estremecimos cuando vimos hasta que punto habíamos llegado.

Extendí mi mano y toqué su hombro. Hizo lo mismo, seguía mis movimientos como si fuera un espejo. Recorrí su cuerpo sintiendo su piel de seda. Su mano suave me porvocó un estremecimiento por toda la espalda. Decidimos levantarnos y abrazarnos. Soltó una lágrima. Le hice ver que no había nada que pudiera hacer que me arrepintiera, pues lo que viniera sería la liberación del dolor que ambos sentíamos. Llegaríamos juntos hasta la cima del cielo.

Fuimos a la cama, encendí un cigarrillo. Se extrañó, me besó y fumó también. Vimos como el humo acariciaba nuestras sombras en la pared. Comprendimos que era el momento. Apagué el tabaco. De rodillas en la cama me abrazó tan fuerte que experimentamos la fusión que convertía nuestros cuerpos en uno solo. Había sellado mi destino. Ya no tenía alternativa para escapar de la suerte a la cual me había entregado. Pero a su lado no me importaba.

Cuando terminamos, lloramos... no sabíamos si era de alegría o alivio. Lo que sabíamos es que estaríamos siempre juntos. Se durmió sobre mi hombro. Pude ver el tatuaje que le habían hecho atrás de la oreja. Era una palbra capaz de arrancarte la vida a pedazos: SIDA.

El amor también te puede llevar a la muerte.

4 comentarios:

Dark Soulless dijo...

Chale ._.
No puedo describir lo que me hizo pensar, creo que pasaron demasiadas cosas por mi cabeza..
Pero me gusto, creo que es lo que vale.
Nos vemos luego, que tenga un buen día y espero que pronto se mejore, ciao!

Master Pei dijo...

Órale, qué fuerte, pero qué bueno también.

Muy bien, maese Lomax, como siempre! Keep on writing!!!

Alonzo dijo...

ahh este..
no crean que no comento nada, porque no me he dado cuenta de algo.

Chendo dijo...

Me gusto no cabe duda que la última frase es bien cierta ...