lunes, 14 de enero de 2008

El papá de mi amiga.

Está sentado frente a mi. Es delgado, todo su pelo es cano y su rostro surcado de arrugas es como un mapa de rutas marinas. Tose frecuentemente por el humo del cigarro y el polvo de las minas acumulado en sus pulmones, y que seguramente terminará costándole la vida. Aún así es un hombre capaz de gobernar un barco él solo y de llevar el timón de un salón de clases.

Su padre y su madre pertenecían a la clase obrera de un pequeño pueblo al sur de Londres. Corría el año de 1932 y se empezaba a sentir en el aire la amenaza de la nube fascista que devastaría Europa. Se mudó con su familia en el ´39 a la capital, pero debió abandonarla pronto junto con su hermano, debido a los bombardeos. Su padre marcha al frente por lo que se convierte en el jefe de familia, dividiendo su infancia entre Gales, Escocia e Inglaterra. Asiste a la secundaria en una escuela de gobierno, de la que conserva muy buenos recuerdos y al terminarla es aceptado en la Universidad de Cambridge.

Antes de partir a la Universidad debe hacer el servicio militar, que lo llevaría a entrenar soldados destinados a luchar en Corea. En un momento decisivo en su vida resuelve dejar atrás Cambridge; por lealtad permanece con su regimiento y parte él también hacia Corea. Sin embargo, es herido, debe regresar a casa y como algo predestinado, termina por ingresar a la Universidad.

Estudia Letras Inglesas con las figuras más influyentes en el ámbito cultural de la época. En las vacaciones trabaja como minero en túneles en Escocia, también como leñador y ocasionalmente en granjas, segando campos. Al terminar la Universidad continúa como minero, unas de las pocas decisiones de las que se arrepiente en su vida, me dice mientras deja vagar la mirada, sin encontrar todavía una respuesta.

En 1956, su postura política en torno a los problemas del Canal de Suez, lo hacen partir molesto de Inglaterra. Toma rumbo a Canadá, donde lleva la vida dura que nosotros leemos en las novelas de aventuras de Jack London. Trabaja como minero sacando plata, hasta que los precios bajan y se ve obligado a regresar a la profesión de leñador, lo que le agrada mucho, pues realmente le gusta el bosque. Debido a una nevada imprevista se ve sin trabajo paseando un día por Vancouver cuando ve un póster invocador: México, decía de manera enigmática.

Sin pensarlo mucho, se dirige a la terminal de camiones y pide un boleto para Veracruz, única referencia que tiene gracias a una película con Gary Cooper y Burt Lancaster. Ahí conoce a la mujer que lo ha acompañado a partir de entonces en todo su peregrinaje. Regresa a Canadá donde gana algo de dinero jugando cartas y se establece más tarde de manera definitiva en México. Por motivos de trabajo se viene a la capital, donde colabora con Juan Ibáñez y Carlos Fuentes como traductor en una serie de guiones, reminiscencias de cuando era crítico de cine en la Facultad.

Da clases en la Facultad de Ingeniería en la UNAM y después se pasa a Filosofía y Letras, a la carrera de letras Inglesas. Molesto, otra vez, por la situación en el movimiento estudiantil del ´68, deja la escuela por un par de años para construir su primer barco, el cual le es quitado por el gobierno, en un incidente del cual no habla mucho, lo que no le desanima y al poco tiempo inicia la construcción de otro.

Regresa a la UNAM en el ´74 y ahí permanece desde entonces, inspirando a generación tras generación, convirtiéndose en el mentor de muchos, incluyendo a quien escribe estas líneas. Hay muchas cosas que desconozco de él, pero sé que le gusta Keats, que aunque finja lo contrario adora a sus alumnos, que toma su café con mucho azúcar y piensa qué nosotros los jóvenes leemos muy poco. También sé que usa la misma corbata desde hace muchos años, misma que le regaló un alumno que murió joven y que como todos los que vieron sus vidas terminadas muy pronto, permanece en su memoria.

Dice que ahora nos preocupamos mucho por ser, que él no desearía haber sido nada más, que está contento con hacer. Ha hecho lo que quiere, pero cuando le pregunto que cosas le hubiera gustado hacer me contesta firme: todo. Es feliz en México, se sabe afortunado, pero ahora sentado frente a mí, veo el brillo en sus ojos cuando habla de su tierra, pero no deja traslucir nada con su característica flema británica.

Ahora finalizó la construcción de su tercer barco y lo tiene anclado en Isla Mujeres, listo para zarpar, en lo que promete ser un viaje a la isla caribeña de Cuba. Solo, pues navega en soledad.

Texto por Miranda Romero.

Mr. Colin White Muller, aun no encuentro palabras para homenajearlo, pero lo que si estoy seguro es que le he arrancado una sonrisa, por mis tontos esfuerzos de hacerlo.

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