Christian alguna vez me dijo que solo escribo cuando estoy triste. Y tiene razón.
Mi blog está algo abandonado. Pero vamos, eso quiere decir que he estado contento ¿No?. Que mi vida va bien, que estoy logrando cosas y que tengo cierta estabilidad.
Pero ciertamente estoy escribiendo ahora.
Inserte efecto de relámpago y sonido de trueno aquí.
La verdad es que extraño la melancolía. ¿Acaso no podré escribir si no estoy triste? Las emociones no fluyen de igual forma y la catarsis no se logra. Que mejor forma de escribir cuando se pretende lograr un desahogo de emociones, un torrente de electricidad que fluye por mis dedos, que escriben mientras cierro los ojos y un tumulto de imagenes sobreviene mi atormentada mente.
Tormento... que curiosa palabra, sin duda sobrevalorada. ¿No es acaso tormento el no poder obtener algún antojo cotidiano? Pero de igual forma es ser víctima de las circunstancias y no decir nada, callar. Estar solo en silencio, rodeado de la felicidad que impera en el ambiente, de saborear el aire cargado de dulce como si la felicidad fuera algodón de azúcar flotando y tuviera una mordaza. No poder abrir la boca y saborearlo... no poder abrir la boca y gritar.
Solo quedan mis dedos que se deslizan por el teclado expresando burdamente mis emociones, mis sentimientos de amor frustrado. De soledad eterna.
De un sol fatuo que brilla intensamente, pero que no calienta. Que engaña cuando sales a la calle y te congela el avasallador sentimiento de abandono. De caer por un abismo y cuando te das cuenta has rebotado en la acera quedando boca arriba, viendo al cielo las nubes pasar y ese sol brillante que deslumbra, pero no calienta.
Del desgarrador dolor que te obliga a gritar, a exigir, a demandar, a... quedarte callado como imbécil.
Y resignarte a estar atrapado en un remolino que te levanta del suelo, donde todo empieza a girar violentamente y las cosas a tu alrededor te golpean una y otra vez sin parar, aguantando los golpes, uno tras otro solo para aterrizar y vomitar tus entrañas quedando nauseabundo y resquebrajado.
Juntando los pedazos para armar de nuevo el escenario irrisorio en el que se encuentra tu hogar. Un hogar propio donde puedes hacerte y deshacerte las veces que quieras y como quieras, esperando a que algún día el sol caliente. Esperando el fuego fatuo.