El título de este post no tiene otro motivo más que el honrar mi amistad con Christian. Me resulta especialmente difícil escribirlo porque hay mucho que decir y de alguna manera u otra siempre quedarán detalles fuera.
Las cosas en común son las que definen en mayor medida la afinidad de una amistad. Al principio puedo decir honestamente que lo único que teníamos en común era ser alumnos de Masayoshi. En ese entonces, por allá en el 2004 yo estaba desconectado del mundo de los videojuegos.
Lo mío era la ciencia ficción, el cine, la música y la tecnología. Cuándo Chris y sus amigos me invitaban a las reuniones que hacían, realmente me sentía desubicado pues los videojuegos me eran totalmente ajenos.
No recuerdo exactamente como se fueron dando las cosas, porque resultó que si teníamos más cosas en común. Puedo decir con orgullo que el gusto por los videojuegos fue creciendo en mí porque tuve un guía que me enseño distinguir y apreciar un juego bueno de uno malo.
Muchas otras cosas fuí aprendiendo de el y me gusta pensar que fue recíproco. Sin embargo, una sola cosa bastó para consolidar nuestra amistad. En realidad nunca importó que nos gustaran las mismas cosas o cosas muy diferentes.
Nunca importó si a el le gustaba Star Wars y a mi Star Trek, si prefería los videojuegos clásicos y a mi los mmoprgs, si me encantaban las cosas dulces y a el todo lo contrario, si prefería agua mineral y yo coca-cola.
Tampoco importó que a los dos nos gustara el anime, la ciencia ficción, los juegos de rol, etc. No, cuando una verdadera amistad tiene esta característica fundamental, no es necesario nada más. ¿A qué me refiero? Al arte de la conversación.
En efecto, la conversación es un antiguo arte olvidado ante la vertiginosidad e inmediatez de un teléfono celular o un programa de mensajería instantánea (ej. msn messenger).
¿Cómo olvidar esas largas, larguísimas conversaciones que teníamos en mi casa o en el café? Hablando de cualquier cosa, desde temas frugales hasta las más complejas disertaciones en asuntos considerados por muchos como extraños, pero para nosotros deleitables.
La conversación se daba incluso por cualquier medio, desde una simple llamada telefónica hasta una plática de Skype, lo más apreciable de todo es que estas charlas generalmente nunca terminaban por falta de elementos, sino falta de tiempo. No importaba si habíamos estado platicando hace un par de días, jamás nos quedamos sin palabras por no tener nada que contar.
Recuerdo una tarde en mi casa, habíamos estado platicando por alrededor de cinco horas cuando de repente nos quedamos sin que decir, nos reímos y asombramos al respecto e incluso ante ese hecho gracioso la platica iba a tomar ritmo de nuevo, pero coincidió con la llegada de Kumo y la conversación se hizo más nutrida aun.
Y aun con todo esto, dicen que una amistad trasciende cuando entre las dos partes los "silencios incómodos", dejan de ser incómodos. ¿Cómo olvidar aquella tarde en el Parque de los Matlazincas?
No puedo expresar en palabra escrita lo dicho ahí. De la misma forma que no puedo expresar lo mucho que ya lo extraño, maese.
Gracias por todo este tiempo, gracias por soportarme, gracias por tu amistad que ahora toma un rumbo diferente, que se transforma a un modo digital, pero cuya escencia permanece aquí. Pues estés donde estés, siempre podremos conversar.
Y de alguna forma todo seguirá igual.
Te deseo mucha suerte en esta etapa de tu vida, pero honestamente puedo decirte que aunque tuvieras un trébol de cinco hojas, no lo necesitarías.
Las cosas en común son las que definen en mayor medida la afinidad de una amistad. Al principio puedo decir honestamente que lo único que teníamos en común era ser alumnos de Masayoshi. En ese entonces, por allá en el 2004 yo estaba desconectado del mundo de los videojuegos.
Lo mío era la ciencia ficción, el cine, la música y la tecnología. Cuándo Chris y sus amigos me invitaban a las reuniones que hacían, realmente me sentía desubicado pues los videojuegos me eran totalmente ajenos.
No recuerdo exactamente como se fueron dando las cosas, porque resultó que si teníamos más cosas en común. Puedo decir con orgullo que el gusto por los videojuegos fue creciendo en mí porque tuve un guía que me enseño distinguir y apreciar un juego bueno de uno malo.
Muchas otras cosas fuí aprendiendo de el y me gusta pensar que fue recíproco. Sin embargo, una sola cosa bastó para consolidar nuestra amistad. En realidad nunca importó que nos gustaran las mismas cosas o cosas muy diferentes.
Nunca importó si a el le gustaba Star Wars y a mi Star Trek, si prefería los videojuegos clásicos y a mi los mmoprgs, si me encantaban las cosas dulces y a el todo lo contrario, si prefería agua mineral y yo coca-cola.
Tampoco importó que a los dos nos gustara el anime, la ciencia ficción, los juegos de rol, etc. No, cuando una verdadera amistad tiene esta característica fundamental, no es necesario nada más. ¿A qué me refiero? Al arte de la conversación.
En efecto, la conversación es un antiguo arte olvidado ante la vertiginosidad e inmediatez de un teléfono celular o un programa de mensajería instantánea (ej. msn messenger).
¿Cómo olvidar esas largas, larguísimas conversaciones que teníamos en mi casa o en el café? Hablando de cualquier cosa, desde temas frugales hasta las más complejas disertaciones en asuntos considerados por muchos como extraños, pero para nosotros deleitables.
La conversación se daba incluso por cualquier medio, desde una simple llamada telefónica hasta una plática de Skype, lo más apreciable de todo es que estas charlas generalmente nunca terminaban por falta de elementos, sino falta de tiempo. No importaba si habíamos estado platicando hace un par de días, jamás nos quedamos sin palabras por no tener nada que contar.
Recuerdo una tarde en mi casa, habíamos estado platicando por alrededor de cinco horas cuando de repente nos quedamos sin que decir, nos reímos y asombramos al respecto e incluso ante ese hecho gracioso la platica iba a tomar ritmo de nuevo, pero coincidió con la llegada de Kumo y la conversación se hizo más nutrida aun.
Y aun con todo esto, dicen que una amistad trasciende cuando entre las dos partes los "silencios incómodos", dejan de ser incómodos. ¿Cómo olvidar aquella tarde en el Parque de los Matlazincas?
No puedo expresar en palabra escrita lo dicho ahí. De la misma forma que no puedo expresar lo mucho que ya lo extraño, maese.
Gracias por todo este tiempo, gracias por soportarme, gracias por tu amistad que ahora toma un rumbo diferente, que se transforma a un modo digital, pero cuya escencia permanece aquí. Pues estés donde estés, siempre podremos conversar.
Y de alguna forma todo seguirá igual.
Te deseo mucha suerte en esta etapa de tu vida, pero honestamente puedo decirte que aunque tuvieras un trébol de cinco hojas, no lo necesitarías.